En los pies aparece toda la información de las vivencias acaecidas desde el primer momento en que nuestros padres decidieron, o no, engendrarnos. Es sabido por todos que el feto siente y oye, y todas estas sensaciones tienen un importante impacto en la vida que después viviremos.
Con la Reflexología Evolutiva Embrionaria podemos prestar atención a esta parte de nuestra vida y además trabajar nuestro sistema nervioso central donde ayudaremos a la amígdala, que forma parte del cerebro primigenio, y procesa las emociones básicas tales como la rabia o el miedo. En la amígdala también se halla la supervivencia básica durante la evolución de la especie. Podremos trabajar con nuestros recuerdos y nuestra memoria, pues determinados hechos acaecidos pueden estar asociados a una emoción muy intensa: una escena de la infancia, una pérdida, un instante en el que hemos sentido inquietud o miedo…
Los miedos no debemos verlos como enemigos, ni como una actitud negativa capaz de causarnos traumas y problemas psíquicos. Más bien al contrario, pues son un interruptor que nos avisa. Son un centinela que ha permitido que generación tras generación podamos evolucionar pues sirven para protegernos; pero si ese miedo es un miedo causado por otros o es limitante, es cuando debemos trabajarlo.
Cuando nuestros sentimientos son más traumáticos hay más conexiones neurológicas que se suceden alrededor del sistema límbico y la amígdala. Esta última es la responsable de que podamos escapar de situaciones de riesgo o peligro, además nos facilita el recuerdo de nuestros traumas antes de nacer y en la infancia, así como de todo aquello que nos ha hecho sufrir en algún momento de nuestra vida y que no nos permite evolucionar como nos gustaría.
La Reflexología Evolutiva Embrionaria facilita esas conexiones neurológicas y ayuda a que el sistema nervioso realice sus tres funciones principales: una función de detección sensible a través de receptores que detectan todos los cambios del cuerpo y el ambiente externo; otra de integración y análisis de la información recibida por el receptor; y una última de accionamiento para la contracción de las diversas células musculares del organismo. Si alguna de estas funciones está dañada o alterada es muy difícil que nuestro cuerpo este en equilibrio tanto física como emocionalmente.
Pongamos un ejemplo: todos sabemos que para tener luz en la casa necesitarnos un interruptor que esté conectado a un cable y que éste a su vez llegue hasta una bombilla. Podemos tener un interruptor que, aunque viejo, funcione y tener una bombilla operativa, pero si el cable, que hace que se encienda la bombilla, no está en perfecto estado puede provocar que cuando se activa el interruptor, la bombilla dé luz intermitente o incluso ya ni dé luz. Ese cable es el que intentamos equilibrar para poder trabajar cualquier sistema que nos está impidiendo sentirnos bien.
Nuestra formación en Reflexología Evolutiva Embrionaria está especialmente indicada para los padres y madres, así como para los profesionales de la salud.
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